Eran finales de los 50’tas. cuando por la “Carretera Federal” paralela al antiguo “Camino Real de la Colonia” que iba “Veracruz-Ciudad de México” (tramo de Tehuacán, Tebanco, Tecamachalco, Acatzingo, Tepeaca, Puebla) donde pasaba la “Carrera Panamericana” que venía de los E.U.A., mis padres con “un chorro” de hijos en el largo auto “Desoto” (muchas veces mencionado) circulábamos ya que era la ruta más usual por no decir la única para ir de Córdoba-CDMX.
Recuerdo cómo oía a mis hermanos ansiosos preguntar: “en qué momento llegábamos a Tecamachalco para hacer el esperado “alto en el camino” en una gasolinería que se encontraba a mano derecha de sur a norte…”.
Tecamachalco, esa Región donde se encuentran (como ya he mencionado) las tierras que vieron nacer a mi madre me ha atraído desde niño, dijera la frase: “tiene un no sé qué, que me encanta”. Pudiera considerarse el “altiplano” que hace más de un siglo abastecía con su Agricultura a la Capital del Estado, Puebla y a la misma Capital del País (también ya describí ese tema en otro de mis escritos).
Hoy parte de esa Región (Tepeaca, Acatzingo) surte de verduras de muy buena calidad, a precio del mercado y señalándole al comprador el origen de las hortalizas, al centro del Estado de Veracruz.
¡Puede decirse que se valoran más las hortalizas provenientes de esa Zona, que de otras!.
Continuando con el relato que ha quedado en mi memoria desde hace más de 60 años; era entrar a la citada gasolinería (un espacio largo y angosto por el frente, a un costado de sus bombas rojas y verdes, “Supermexolina” y “Gasolmex”) donde mi papá “cargaba” el auto que tenía un tanque enorme (también lo recuerdo). No bien detenía el auto cuando las puertas se abrían y los hermanos salían como estampida, a pesar del regaño de Don Salvador (mi papá), para ir unos al baño y otros meterse a un “Restaurante” de techos bajos, dobles puertas de madera (las recuerdo de color rojo intenso) con sus ventanas adornadas con visillos que se desplegaban de par en par al paso estrepitoso de nosotros (imposible no incluirme).
¡Era para mi otro mundo donde el aroma del humo que despedían los fogones del final de la cocina estaba tan apetitoso que casi se comía con el olfato, inolvidables olores y sabores!.
Fue ahí donde conocí el famoso “Pepito” que consiste en una “aparentemente” simple “torta” (así llamada en México), “bolillos” partido en dos con un trozo de jugosísima carne (“filete” ) al centro.
¡Un “platillo” espectacular”!.
Lo entregaban envuelto en una servilletas (que quedaba húmeda por tanto jugo) colocadas dentro de una “bolsa de papel de estraza”. No existían todos esos empaques que se utilizan actualmente.
…¡y todos corriendo nos subíamos al auto porque, deducía, había prisa para continuar el viaje!.
Medio siglo después, intenté volver a ese inolvidable restaurante pero no encontré ni rastros de él.
¡Ahí no sólo eran exquisitos los “Pepitos”, todo lo que preparaban sabía delicioso …cuando había tiempo!.
…“No pienso en otra cosa que no sea la comida”
¡Qué delicia de “PEPITO”!.
Aunque “la canción para niños” de hace varias décadas dice:
“¡HOLA DON PEPITO,
HOLA DON JOSÉ!”
…definitivamente yo sólo me quedo con el “Pepito”, ¡Ja!.
“La cocina es multisensorial, está dirigida al ojo, la boca, la nariz, el oído y la mente. Ningún arte tiene esa complejidad”
Anónimo